Desde el momento en que la vendimia termina, hacia finales de octubre, el trabajo para elaborar el vino ya no corresponde a la planta, que ya nos ha dado su máximo rendimiento y expresión, sino de los enólogos y trabajadores de Ferré y Catasús.
Una vez terminada la vendimia llega el tiempo de reposo vegetativo de la vid. Este reposo vegetativo viene marcado por el 0 vegetativo de la planta, que se produce cuando las temperaturas están de forma estable por debajo de los 10Cº. Por esta misma razón, el viñedo se adaptará mejor allá donde las estaciones vengan marcadas por cambios de temperatura.
A partir de noviembre, es decir, ya en otoño, lo que fueron unas radiantes hojas verdes de gran vitalidad empiezan a cambiar de color. Esta decoloración se debe a la falta de clorofila, que por otra parte irá acompañada de tonos marrones y rojizos que le dan a la viña un aspecto muy diferente a nivel de tonalidades.
Debido a la disminución de horas de sol y un clima más frío, la clorofila de las hojas, encargada de la fotosíntesis, se desvanece. Consecuentemente, la planta, que debe prepararse para un largo invierno, empieza a llevar los nutrientes de sus partes caducas (hojas) a las partes perennes (tronco, raíces). Este proceso se conoce como la translocación de nutrientes.
Tras el cambio de color de las hojas, éstas comienzan a caer por la acción del mismo temporal (lluvias, viento, etc.). Este efecto provoca un gran cambio a nivel visual, ya que el viñedo se ve muy diferente cuando no tiene vegetación. Una vez que la planta es desnuda significa que ya está guardando fuerzas para la siguiente temporada y lista para los dos principales trabajos de invierno; la poda y el abono.
La materia orgánica natural (hojas caídas, sarmientos) que ha ido dejando el viñedo también se utiliza para abonar la tierra y enriquecer los suelos. El reposo vegetativo será también muy importante a la hora de conseguir un equilibrio entre la carga de nutrientes y el vigor de la planta.